La parte buena de la parte mala.

La parte buena de la parte mala.

¿Por qué no hacemos que la primera parte de la segunda parte contratante sea la segunda parte de la primera parte?

Porqué nos aterra el qué vendrá. Y eso es así.

Que somos una sociedad con exceso de futuro, eso está clarísimo. Como decía Zahara, “Trabajo, Piso, Pareja”. En un orden u otro. Pero tiene que llegar todo, y cuanto antes, mejor. Pero, ¿Y si no? Empiezan las frustraciones, inseguridades y el qué está mal en mí.

El problema, claramente, son las expectativas. Nos hacen creer de pequeños que, quien más y quien menos, debe cumplir unos cánones sociales. Y eso está bien, por supuesto. Hay que ser educados, empáticos, buenas personas, etc… pero no nos enseñan lo básico: la empatía, la comprensión y, sobre todo, lo negativo. No hay educación para el fracaso, no hay educación para el fallo ni, remotamente, para el dolor. No puedes mostrar ni un ápice de flaqueza. Si eres hombre: no puedes porqué, por favor… (ya hablaremos de esto); si eres mujer, eres presa facilísima en cualquier ámbito social. Que luego nos llaman brujas pero es que no nos dejáis ser de otra forma. ¿Llorar? ¿En público? Estamos locos, ¿O qué?

Y ahí viene un gran problema: la represión de los sentimientos que sufrimos cierta generación desde bien pequeños. No estoy nada de acuerdo con el término «generación de cristal». Simplemente, los Z, están dando visibilidad a un montón de cosas inmateriales que, sinceramente, envidio.

Entonces, no sabemos lidiar con los fallos, con las piedras o los acantilados. Ahora, se empieza a hablar de buscar ayuda profesional, se habla abiertamente de la terapia psicológica, pero hay un problema de base: somos capaces de llorarle a una persona desconocida, que si bien será tu terapeuta durante un tiempo, no es tu amigo, es tu médico, tu asesor, tu acompañante, tu ayuda, pero desaparecerá. Como lo hace mucha gente inexplicablemente, pero lo hará. Y, luego, llegará el momento que, sanado o sanada de tu problema, serás capaz de ver todo con otros ojos, otra perspectiva, pero el entorno, tu gente, va a ser la misma o muy similar. Aquí podríamos hablar del síndrome de la cabaña.

¿A dónde va todo esto? A darse cuenta que, si bien la ayuda médica es importantísima, a veces es bueno levantar la cabeza, revisar el entorno, ver qué hay e intentar jugar esas cartas. Las cartas de lo conocido, lo que dejaste atrás por miedo, culpa, decepción o, incluso, dolor. Todo aquello de lo que desconectas por estar enganchado o enganchada a otras cosas. Puede ser una idea, puede ser un sueño que perseguir, pueden ser tus amigos de toda la vida, unos nuevos o, incluso, puedes ser tú mismo.

Y, si miras bien, entornando un poco los ojos, enfocando bien la miopía, verás que todo estaba ahí. Que tus miedos, tan grandes e importantes, lo son, pero ¿qué tal si los compartes? A tanto por uno y pesa menos. Cuando te conviertes en un puzle al que le faltan piezas, es posible que alguien o algo tenga de sobra que encajen. Y, muy posiblemente, esas piezas no están donde tú pensabas.

Y, de repente, sucede la magia. Ha amanecido con más luz por lo que sea. La cerveza está más fría que nunca; se te ha hecho de noche. Y tu dolorosa mochila pesa un poco menos. Mañana volverá a pesar lo mismo, pero hoy, hoy todo estaba bien.

Y todo vuelve a unirse de nuevo. Tus sueños seguían ahí, fíjate bien, los abandonaste pero esos nunca se van. Eres bueno o buena en el trabajo, simplemente es que no tenías ganas. Permítete no tener ganas, avisa de ello, pero regálate eso. Esta sociedad trabajocentrista nos hace, a veces, perder la cabeza con la productividad. No es necesario. Nueva o conocida gente vuelve a reunirse con tu esencia, estaban ahí pero no los veías. O no querías verlo. De repente, eres bueno en un deporte nuevo que te anima a seguir mejorando, que te reta y te desafía. Y puedes, vamos que si puedes. Y esa mochila, aparcada en un rincón de la habitación te mira incesante, desafiante. Un día la cargas, otro no. Un día la cargas, dos no. Un día la cargas, tres no… y, cuando te das cuenta, lo único que habías hecho era abandonarte a ti mismo.

Desconectar para reconectar.

Pero, por favor, poquito a poquito, sin prisas. Que la mochila pesa.

Paciencia.

Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...

Abby Moreno
Informática utópica... tanto que me gustaría que los que mandan no fueran los que son... que el dolar empapelara paredes y las sonrisas llenaran bolsillos...

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